sábado, 16 de enero de 2010

Abro los ojos...

Abro los ojos, tan solo un poco, mis pupilas están cansadas. Veo por la ventanilla un cielo oscuro como jamás vi en mi vida. La luna y las nubes discuten a los gritos quien se gana la noche, pero le ganan por afano. Son más y vienen con lluvia. Los cerros abajo las esperan impacientes. Los arboles, las plantas y la tierra seca se relamen por la gotas por caer. Todo pasa tan rápido. Todo se mueve tanto. En parte por el bus que zarandea de un lado para el otro las 50 almas que lleva. En parte por la fiebre que molesta en mi cabeza y no me deja dormir. Pero me despatarro en busca de un poco de comodidad y pienso en algo lindo para dormir. Pienso en vos y me duermo. Cierro los ojos y ya me dormí.

Despierto en un cuarto de hotel. Llegamos a Cochabamba desde Sucre hace unas horas, muy temprano en la mañana. Todavía me duele el cuerpo del viaje en bus pero la fiebre está queriendo dejarme vivir. De todas formas hoy me quedo en el hotel. A recuperarme lo máximo posible. Encontramos un amigo solitario en Cochabamba, Leo, de La Plata, y va a recorrer la ciudad junto Edu, Yo al sobre, mañana vuelvo a empezar.



Mientras duermo, sueño. Mas que un sueño es una imagen, un cuadro, como un escenario surrealista. De un lado, el izquierdo, veo una ciudad bulliciosa, repleta de gente que van y vienen, gritan, hablan, ríen. Son personas deformadas por el duro trabajo diario. Algunos hombres tienen cuerpo de taxi; hay mujeres con cuerpo de vendedoras ambulantes con acarro y mercadería incluida; hay chicos con forma de limpiavidrios o guardacoches. La ciudad entera es vieja, tosca, con calles angostas, húmedas, hay suciedad y mal olor. Pero también hay partes donde el pincel dibujo con alegría y la ciudad se ve hermosa y radiante. Hay de yodo y se hacen llamar pueblo. Y exigen, piden, reclaman.

Del otro lado dl cuadro, el derecho, hay una ciudad apacible, ordenada, con poca gente pero agraciada por el pincel, son como muñequitos. Caminan y ríen por calles y avenidas prolijamente dibujadas, con árboles y flores perfumadas, con veredas lustradas y fachadas coloridas. Todo parece estas bien es esta ciudad y también se hacen llamar pueblo. Y también exigen, piden y reclaman.
Entre ambas partes, ciudades, corre un rio espeso de deshechos y putrefacción, oscuro y maloliente. Ninguno de los dos le da mucha importancia. A ninguno le importa mucho el otro pero se quejan. Se miran de reojo y se quejan. Pero en algún instante la queja se convierte en exclamación y en repudio. Unos agitan una bandera y otros otra. El repudio se hace violencia y cruzan el rio de un lado al otro y todo se mezcla, todo es confusión, todo es confusión. Pero después de cualquier temporal sobreviene la calma. Cual calma? La de la izquierda? La derecha? O el centro? En el momento que empieza a salir el sol para ver la respuesta a todo mal, siento la puerta del cuarto que se abre y entran Edu y Leo de regreso de su paseo por Cochabamba. Tienen tanto que contar. Yo solo quiero retener esa imagen, pero se esfuma tan rápido como vino. La ronda de mates se arma y la tarde va haciendo espacio para la noche. Cena, muisca de bar y mañana será otro día. Quizá tenga suerte y mientras duerma vuelva a soñar.

Al otro día no hay rastros de fiebre y salimos a pasear. Leo se fue para La Paz temprano así que volvimos a ser un dúo. Salimos a caminar y cuanto más veo, mas se mezclan en mi cabeza el sueño y la realidad.




Cochabamba es una ciudad atractiva por donde se la mire. Su casco histórico, sus avenidas arboladas, el lago y centros deportivos, el cerro con su teleférico, los nuevos barrios de sectores pudientes súper modernos y tecnificados, su mercados municipales y shopping, su oferta cultural y gastronómica.






Pero es una ciudad llena de contradicciones y desigualdades, tan próximas unas de las otras. En pocas cuadras se puede pasar de un casco histórico destruido a un hotel de lujo cinco estrellas. Recuerdo las palabras de un profesor de urbanismo de la Facu: “la ciudad es el reflejo de su sociedad y sus ideas”. Nada más acertado. Hace dos años cuando vine por primera vez, en esta misma ciudad hubo enfrentamientos político-civiles entre sectores de la sociedad; mas allá de la coyuntura política del momento, ahora entiendo porque fue acá. Creo que la desigualdad obscenamente vivenciada, genera violencia irremediablemente. El contraste es demasiado grande. Las pupilas no lo resisten y mucho menos la panza con hambre. Cochabamba es un ejemplo de cómo la arquitectura y el urbanismo pueden marcar brechas en una sociedad en vez de generar puentes entre sus actores sociales que faciliten el dialogo, la integración y el libre y mutuo crecimiento.






Así y todo, inevitable y lógicamente, Cochabamba sigue creciendo. Espero que sepa sobrellevar los conflictos del pasado y encuentren toda la sociedad en conjunto un futuro más integrador y justo para todos.








Como turistas nos dejamos llevar por tantos contrastes, porque el contraste es siempre atractivo. O acaso las personas no vivimos en conflicto y es en ese conflicto donde más aprendemos y crecemos?.






Así pasamos por un mercado a cielo abierto lleno de gente ofreciendo las más variadas cosas, y cuando digo variadas, digo variadas, para más tarde sentarnos en un local havanna en otro mercado, pero esta vez cerrado (no vaya a ser que escape algo o peor, entre) llamado shopping center. Sentado en ese sillón de cuero ecológico, con mi alfajor havanna y el aire acondicionado que tanto extrañaba, me siento otra vez en casa. Que marca grande me dejo el consumo. Pero cuando camino entre la gente y los carros del mercado no soy el mismo. Soy otro, diferente. Me siento algo inseguro me dejo llevar. Mi cabeza intercambia los carteles de pollo frito o fruta fresca por la cartelera de cine y el pochoclo kingsize. Es un juego de rol casi obsceno pero atractivo, tentador de jugar.






En un momento del recorrido cruzamos un puente y en un parpadear de ojos veo mi sueño hecho realidad, la escena pintada en un encuadre fotográfico. A la izquierda una ciudad y a la derecha otra. Ahora pienso si ambos sentidos son casualidad pero sé que no. En el medio el rio, lo que nadie ve, ocupado por los que se cayeron de una ciudad y jamás podrán ingresar en la otra, los que están la margen de ambas realidades, los marginales que lavan su harapos y otras cosas en el agua sucia del rio. El sueño se hace fotografía.




Paso así Cochabamba. Perdonen el relato fantástico, quizás fueron alucinaciones productos de la fiebre o simplemente un juego de interpretación que me divertía pensar. De todas formas la fiebre ya quedo atrás y el riesgo de repetición alucinógena es ínfimo.

Salimos para Santa Cruz, al oriente boliviano. El camino es increíble. Subimos el cerro atravesando el valle donde la ciudad reposa y la vista es hermosa, es de noche y la ciudad es pura luz desde lo alto. Descendemos y el cerro es va transformando en monte y el monte en selva. Sube la temperatura, sube la humedad. Las hojas de los arboles se hacen grandes y carnosas, casi que dan ganas de comerlas. Aparecen las bananas y los mangos colgados en racimo desde lo alto. La tierra pasa de marrón seco a un rojo carmesí que moja. Lástima que es de noche y una foto poco puede decir de todo esto. Me Quedo contemplando el espectáculo de la naturaleza y me duermo como puedo sentado en el bus.

Llegamos a Santa Cruz y podo es lo que hay para contar. No me gusto nada. La ciudad, la gente el clima, hace calor y llueve, todo. Digamos más que es un paso obligado para iniciar el Camino del Che, verdadero objetivo por el cual vinimos.

De todas formas, como siempre un hostel agrupa gente y hacemos amigos. Salimos a pasear por la noche y cenar algo. La plaza central de Santa Cruz es muy linda y los Cruceños la usan con intensidad. Salen por la noche a caminar y divertirse.




Santa Cruz me recordó a la primavera menemista. Mientas un país reclama sacrificio otro se pasea en autos importados del country privado al shopping center a todo lujo. Y vi lujo que en pocos lugares vi.

A veces los monumentos de una ciudad hablan más y mejor de la ideología de su gente. Este es un caso: en la base del obelisco, el indio, cabeza gacha haciendo el trabajo de fuerza, al medio el pueblo y más arriba, casi en la punta, un engranaje de hierro con su industria, comercio y producción. Sobre la base superior, en lo alto y por encima de todo, el hombre blanco de traje y corbata señalando la dirección a seguir, pero sin olvidar un gesto benevolente abrazando a un niño. Una imagen dice más que mil palabras y habla más de una ciudad, sus principios e ideas.




Me viene a la mente el recuerdo del Monumento a la Bandera de Rosario o el Monumento a la Independencia en Humuhuaca y se me infla el pecho y el corazón, me enorgullece ser Argentino.

En fin, Santa Cruz es un paso obligado y abra que pasar. De todas formas estas líneas son solo las impresiones de un viajero condicionada por sus vivencias y su propia ideología también.

Partimos escapando de la lluvia. Buseta de 30 personas y bolsos al techo. Valle Grande esta en nuestro camino y La Higuera es nuestro destino final. El camino del Che comienza pero eso es parte de otro relato que esta por empezar.



Edu ya se hizo amigos en viaje. Lo que nos espera!!!!!

1 comentario:

  1. Hola Edu:
    Qué grande la experiencia y qué buenas las descripciones de Walter.
    Un beso de AIko y tu viejo

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Porque viajamos?

Viajamos por viajar. Viajamos para saber, para conocer, para aprender. Viajamos para crecer.
Viajamos porque buscamos sin saber claramente que, pero convencidos de la necesidad interior e inagotable de buscar y buscar.
Viajamos porque a veces escapamos con el corazón entristecido, queriendo ocultar ese amor en algún lugar del olvido.
Viajamos porque nos preguntamos que nos esconde el horizonte, allá a lo lejos donde el sol se apaga y la luna con sus estrellas conquistan el oscuro cielo de la noche.
Viajamos porque sentimos el llamado ancestral del camino, aquel que temprano iniciamos con nuestro primer paso de niños, esperando completarlo con un ultimo paso de ancianos envejecidos por los años, con las manos y el cuerpo agrietados por el viento del camino, pero con la certeza de haber vivido con la voluntad de un hombre libre y plenamente vivo.